¿Todo bien? No, todo no está bien.
Cuando hay algún problema...
Acabas de tener un bebé. Y de pronto tu vida es distinta. No puedes decir si mejor o peor. Diferente. No te atreves a decir que es peor porque realmente adoras a tu bebé, pero ¿es realmente mejor?
Acabas de tener un bebé. Y de pronto tu vida es distinta. No puedes decir si mejor o peor. Diferente. No te atreves a decir que es peor porque realmente adoras a tu bebé, pero ¿es realmente mejor?
Estás agotada, no has vuelto a
dormir 4 horas seguidas (o más) desde el día antes del parto (o antes del
embarazo si tu embarazo ha sido durillo). La lactancia puede que vaya bien,
pero a veces sientes que esa personita que está ahí es un extraño. Y peor aún,
a veces te culpas sólo de pensar eso.
Cuando estaba en tu vientre
imaginabas un bebé hermoso, dormidito, probablemente tumbado rodeado de colores
pastel, suaves, alegres, y de puntillas y lazos. Tranquilidad, relax, algo
precioso. Pero ha nacido y el parto ha sido duro. No querías epidural pero no
podías más de dolores y al final te la pusieron. O tal vez la querías desde el
principio, qué más da. El caso es que fue largo, y difícil.
¿Todo bien? Te preguntan
a tu alrededor.
Sí, respondes. ¿¡Qué vas a
decir!? ¿Que estás agotada? ¿que no es lo que esperabas? ¿que no sabes qué te pasa? ¿que lloras mucho? ¿que además tu bebé tiene un problema…? Quizá
una displasia de cadera, algo frecuente. Quizá usaron fórceps o ventosa y el
niño tiene la cabecita deformada (cefalohematoma). Quizá un soplo. Quizá un angioma.
Quizá los pies zambos. Quizá hipoacusia. Quizá clavícula rota. Quizá labio
leporino… Aunque algunas de estas situaciones ya se pueden saber durante el
embarazo y haberte preparado mentalmente para ello, no es así siempre. No
estabas preparada para esto. Algo, lo que sea, algo que te hace sentir
culpable. Seguro que piensas si tal vez hiciste o dejaste de hacer algo en el
embarazo. O algo que comiste, o un medicamento… Como madre y mujer no puedes
evitar culparte. Y lloras. Y la gente que está a tu alrededor te dice que no
llores.
Pues no. ¡¡Llora!! Tienes que
llorar lo que necesites. Pero tu pareja o una persona de confianza tiene que estar
contigo, para que no llores sola. Igual que nunca dejaremos llorar solo a
nuestro hijo.
Con los días las hormonas de tu cuerpo
“puérpero” retomarán la normalidad y se recolocarán. Y tú aceptarás ese pequeño
contratiempo. No consuela, pero casi todas las mamás te cuentan algo cuando te
sinceras.
El acompañamiento es estos caso
es fundamental hasta que la madre acepta y comprende el problema. Es como un
duelo. Hemos perdido la visión idealizada que teníamos. Y como tal pasamos por
unas fases: negación, enfado, negociación, depresión, aceptación. Es necesario
que la madre exprese su dolor, hay que dejarle que lo haga y saber estar ahí.
El padre también sufre, pero no tanto porque físicamente no ha notado nada.
Sería la persona adecuada para estar y facilitar que la madre se exprese.
Por eso son tan importantes los
profesionales que atienden a las madres, sobre todo en el puerperio. Como
profesional de la lactancia veo a diario mamás en plena revolución post-parto,
angustiadas porque no ha sido lo que esperaban. Y hay que saber apoyarles.
¿Todo bien? Sí, ahora sí.